No es raro que una empresa proponga adaptarse y cambiar algo, es lo mínimo necesario para subsistir en estos tiempos, la evolución continua es básica para sincronizar el ambiente laboral con la realidad a la que nos enfrentamos todos los días.
Hasta ahora, la costumbre y las tradiciones que nos propiciaron estabilidad durante décadas nos habían permitido también ser suficientemente eficientes y productivos, podíamos seguir inmutables sin ajustes mayores, actualizando exclusivamente equipo, técnicas y herramientas, mientras era posible respetar códigos y estructuras funcionales antiguas; ahora todo eso es falso, casi de un día al siguiente se volvieron arcaicos la mayoría de los esquemas y códigos existente, es apremiante tomar medidas al respecto.
Cuando no sabemos cambiar, cuando no tenemos la estrategia necesaria para orquestar un cambio, es muy probable que nuestros esfuerzos sean inútiles y solo alcancemos el fracaso.
La organización responsable quiere cambiar, porque sabe que lo necesita, es necesario acompañar esta decisión de un proyecto de implementación, como programas piloto que puedan producir resultados medibles y modelos escalables, replicables, hasta traspasar el techo que nos hemos auto impuesto como límite innecesario, vestigio de otras épocas y otros escenarios que impiden nuestro crecimiento.
La permanencia del cambio es lo único que puede funcionar a largo plazo, incluir este hecho de la forma adecuada es el elemento principal que permitirá la evolución y mejora continua de la visión y la cultura de la empresa.
Sembrar la semilla de liderazgo en los actores principales de la estructura de la organización, además de producir equipos de alto rendimiento con resultados casi inmediatos, constituye el primer paso seguro para implementar y reforzar los elementos que mantendrán la ruta adecuada hacia el cambio y la mejora continua.